PREFACIO INAUGURAL
Entonces, resurgido de poco yermas cenizas, actuaría, no como quien sólo historia, mero testigo, sino como quien quisiera maquinar siendo más que maquinista, como quien capitaneara, motores en marcha, en marcha rotores, con todo bajo el mismo control, un alto dirigible sobre la blancuzca, dinámica, caótica ciudad, Madrid, desde una visión única pero global, asomada a cada propuesta, a cada dislate incluso, a locuras, experta y en constante aprendizaje, que pudiera ver legibles cada una de las creaciones que, de repente, ante los ojos pudieran situarse, y que pudieran ser traducidas al mundo, de inmortales a mortales, de imágenes o formas a deletreables palabras. Tanta oferta para tantos ojos, en acuerdo, en desacuerdo, con banal elegancia, elocuencia o violencia, por propia iniciativa, siempre algo más se podría hacer y decir del presente, de lo coetáneo...
Minotauro llegaría también a conocer su laberinto.