8.12.06

ALBERTO PINA: EL SILENCIO A ESCENA

Aunque no todo en él es paisaje, pues abunda también la naturaleza muerta, Alberto Pina (Atenas, 1971) se hace un hueco como penúltimo eslabón de una tradición española que comenzara, tal vez, con las vistas serranas de Velázquez en los fondos de sus reales retratos, pasando por Carlos de Haes o Aureliano de Beruete, incluso por Vázquez Diaz, hasta llegar al más contemporáneo y urbano Antonio López.


Como en la pintura de los mencionados, confluyen en Alberto Pina los matices realistas, la fundamental captación de la atmósfera o la personalidad de la luz, aunque para quien ahora expone en Utopia Parkway, esto último se convierta en impersonalidad personalizada, deshumanizada en otros términos.

Por el contrario, y sin abandonarse a onirismos más o menos extraños, el ateniense de nacimiento, como premonición de una clásica serenidad, retomaría en parte la pintura metafísica italiana.

El silencio se desploma, queda paralizado y denso en las obras de Alberto Pina; flota y ensordece. Sus paisajes llegan a padecer enfermizos (y contagiosos) de una aridez de tierras yermas, de edificios abandonados, de polvo y aires viciados, de naturaleza más que muerta, rehecha.

Además, en cuanto a la técnica, inspiran también un acabado industrial, bastante frialdad, un aspecto casi metálico y cortante en colores apagados, sin grandes contrastes, de texturas planas.

La pincelada es pura, aséptica; el pintor se expresa como un cirujano, casi como un primitivo flamenco que puede, pero no quiere, una milimetría en su precisión, apareciendo ésta, sin embargo, de forma constante, voluntaria y nunca, pues, desmedida.

La muestra se puede resumir, así, en una buscada, nada rebuscada melancolía general que queda tanto en los paisajes, abruptos o salvajes, pero contenidos, como en la manifestación de arquitecturas, perspectivas, geometría y otras artificiales creaciones fraguadas por la no tan perfecta mano humana. Y de todo ello, sólo el consciente artista y el espectador, avisado o no, se presentan como testigos de un devenir tan quieto como inquietante, pese al calmo reposo que pueden respirar en tales ambientes y escenografías; lo justo, no haría falta más, en realidad.

Alberto Pina
Galería Utopia Parkway
Del 22 de noviembre de 2006 al 5 de enero de 2007

4.12.06

RYAN McGINNESS: AQUELARRE

Escribía Goethe sobre la célebre noche de Walpurgis: “Todo empuja y se atropella, zumba y rechina; todo silba y forma remolinos; todo corre y charla; todo luce, chisporrotea, apesta y arde. Es un verdadero elemento de brujas”.

–Cuando vi la obra de McGinness, no se por qué, me acordé de dicho fragmento del Fausto; no estaría tan distanciada la descripción de ceremonias tales.

El joven Ryan McGinness (Virginia Beach, 1972) expone estos días en Moriarty. Su obra, bajo el título Neveroddoreven, se compone de cuadros que revisan, que podrían cuestionar, la cultura pop y el efectismo barroco. La misma galería ha sido decorada por el artista norteamericano para ofrecer un ambiente que tenga que ver más con su entidad artística, de creación autónoma, sin referencias a algo externo.


Estampados de violentas curvas y contracurvas, saturados tapices de colores vivos y serpenteantes, formas sinuosas, elegantes, se entremezclan también con símbolos modernos, con convencionales señales de lo cotidiano, creando, carentes de orden o jerarquía, tan sólo superpuestos en su bidimensionalidad, piezas casi abstractas, y resultando un esteticismo brillante, bastante ígneo, de nítidas filigranas industriales, de centrifugadas espirales, muy decorativo, sin duda. Sobre fondos de colores planos, las laberínticas líneas y siluetas llenan hasta desbordar, se entremezclan, debaten y combaten, se entreven y se ocultan a sí mismas.

Son trabajos muy frescos y atrayentes, de un contenido entreverado, bastante superficial, sin metafísicas ni compromisos, pero complejos hasta saciarse.

Y así, por tanto, considerándolo bien, como la propia noche de Walpurgis descrita por Goethe, la obra de McGinness forma un aquelarre en sí, una conjura de colores y formas que se enredan, no obstante, fuera de la oscuridad de un elemento de brujas, con alegría, pues parece todo análogo, pero mucho más positivo, derramando la creación como de una cornucopia, con su carácter festivo de opulento banquete en frondosos jardines donde perderse, de ceremonia galante, baile de máscaras y teatro de colores protagonistas, entorno por el que bien podrían pasearse o deleitarse los reyes de Francia en una mirada espiral hacia su hondura infinita.

Ryan McGinness, Neveroddoreven
Galería Moriarty
Del 24 de noviembre de 2006 al 8 de enero de 2007

29.11.06

JUAN BARJOLA: Y OTRA ESPAÑA NEGRA

Íntimo, la nueva exposición que ahora presenta Antonio Machón de Juan Barjola (Torre de Miguel Sesmero, Badajoz, 1919 – Madrid, 2004), gran artista figurativo de estilo personal, entre expresionista y surrealista, se compone de una buena muestra de su maestría, obras del autor en pequeño formato, tanto pinturas como dibujos, con sus negras, sórdidas y no del todo irreales visiones.

–Quizás un niño es mucho más intuitivo para eso, pero no hay mejor forma, ni más elocuente, que unos trazos, unas pinceladas autógrafas, para expresar sentimientos. Sin embargo, un niño menos que un adulto, con su experiencia, sabe tan bien lo que es la tristeza, el dolor, la inminencia de la muerte o la necesidad de una redención. En su caso, Barjola se vio bien capaz de expresarlos; parecía saber en la escatología una de las máximas realidades, uno de los principales componentes de la condición humana, y sobre todo, uno de los más visibles dentro de las inquietudes internas y sus intrigantes anhelos.

Desde unas profundas raíces ibéricas, sus temas tratan desde dinámicas tauromaquias a grotescos prostíbulos, pasando por escenas oníricas más de pesadillas que de dulces sueños, sin olvidar algunas referencias a la religión.

Con todo ello, sigue la tradición de la gran pintura española del Greco, Ribera, Velázquez y otros barrocos, Goya o Picasso, con gran influencia de estos dos últimos, e impregnándose de lo que se hacía también en el extranjero, sobre todo de la concepción creativa y humana del británico Francis Bacon.

De hecho, comunes en Bacon y Barjola son las empastadas formas blandas, derretidas, entre la cera y la carne podrida, desfiguradas, en perspectivas distorsionadas, volcadas e inestables, con sombras que se derraman como líquidos desde las formas que las proyectan y se desangran.

Barjola aplica su sabiduría dibujística en esa transfiguración de las formas, así como su especial mirada para la composición, para el horror vacui y para la combinación de unos colores descarnados, macilentos y desvaídos, o bien en intensos tonos y hondos claroscuros.

Expresa mundos fluidos, retorcidos y violentos, como tempestades pictóricas de arrebatada espontaneidad. Como tratando uno de los grandes títulos de Unamuno, su existencialismo es, así, inexorable, y parece ver sólo lo negativo del ser humano, su tragedia sin sentido.

Juan Barjola, Íntimo
Galería Antonio Machón
Del 15 de noviembre al 30 de diciembre de 2006

27.11.06

MARINA NÚÑEZ: LA ANGUSTIA EN EL CUERPO

–Se convierten los ojos humanos en ojos de insecto –podría resumirse una de sus obras–, entomólogo observado que adquiere una mirada múltiple, poliédrica, pupilas, visiones, que se acumulan para no tener capacidad de selección, para perderse en la misma, verlo todo para quedar ciego…

Con un interesante empleo de nuevas tecnologías que ayudan, sin duda, al elevado efectismo, la galería Salvador Díaz presenta algunos trabajos en vídeo y escultura de Marina Núñez (Palencia, 1966), carnales, algo histriónicos, dominados por su crudeza y sus impactantes resultados.


–Y es el impacto uno de los grandes objetivos de muchas obras de arte; y como en las de Marina Núñez, muchas veces confunde, pues no se sabe si atraen o repelen, pero la impronta queda en la memoria.

Ecce homo pronunciado en diferentes versiones, pero constante la perspectiva femenina, y en todo caso, la reflexión sobre el ser humano, Marina Núñez se sumerge en una inquietante obsesión por su vulnerabilidad e inestabilidad. Kafkianas parecen las ideas de metamorfosis y la angustia vital, claustrofóbica. De este modo, una inevitable referencia al género de terror se transmite en visiones surrealistas, deformantes, en ciertos aspectos paralelas al trabajo de Cindy Sherman, quizás cercanas en intenciones.

Gran parte de lo expuesto se centra en rostros de mujeres que se transfiguran a sí mismas, o que van recibiendo del exterior algo que se va adhiriendo, como una expresión de diferentes experiencias que se suman y transforman.

En otra obra, una videoinstalación, como retomado de un cuadro de Rubens, sobre telón de fondo de un sombrío bosque, el cuerpo desnudo de una ninfa perseguida por sátiros invisibles corre sin rumbo, intenta ocultarse, se atropella, cae, y al lado, destacada, se puede ver su mirada encendida en fuego de terrores, un miedo pánico provocado por algo que el espectador no llega a captar.

Con un sabio empleo de la iluminación, una fila de esculturas colgadas, cabezas de varios rostros que lloran enmarañados hilos de cobre, cierran la muestra.

Con todo, no deja de estar implícita en toda la obra una idea de soledad. El individuo en sí ha de enfrentarse sólo a enigmas, como el propio espectador se enfrenta al trabajo de Marina Núñez, trabajo que no deja de dar que pensar.

Marina Núñez
Galería Salvador Díaz
Del 16 de noviembre de 2006 al 5 de enero de 2007

23.11.06

ÁNGEL MANUEL NAVARRO ROTAECHE: GEOMÉTRICA INGRAVIDEZ

–“Ut pictura poesis”, se puede repetir infinitas veces la célebre máxima de Horacio vinculando dos tipos de creación que emplean medios tan distintos para fines inciertos; en cambio, no sabemos si el pensador latino llegó a coger un pincel en su vida, o qué y cómo habría pintado…

Se dan ocasiones, no obstante, en que confluyen ambas tendencias y puede que se complementen. Ángel Manuel Navarro Rotaeche, poeta y pintor canario, expone en Catarsis una significativa y homogénea obra en la que destaca, por encima de todo, el esquematismo compositivo y el equilibrio de formas y colores; son en sí cuadros serenos y de una sinuosa elegancia.

Hay una discreta inspiración, una atmósfera de primeras vanguardias, un sintético recuerdo del cubismo, del surrealismo más abstracto, de la extrañeza inocente de Klee, de la dureza de Léger. Se pueden, aún así, hasta intuir elementos que, ignorando la gravedad, flotan por la superficie de los cuadros, como amables bestias de Chagall o manzanas del mucho más reciente Cristóbal Toral.

Los colores, sobrios y armoniosos, van contrastándose con nitidez de un matizado amarillo en áspero relieve, para repetidos y múltiples soles dorados, pasando por gamas planas de rojos y ocres, hasta los profundos negros de un vacío nocturno y abismal, aunque no se vean grandes exabruptos, ni haya excesiva sensación de luces y sombras.

Las formas, por su parte, se limitan a juegos geométricos, cristalización, tapiz extraño o cúmulo de grandes e irregulares teselas para un mosaico que ora se muestra abstracto, ora pretende evocar alguna figura entre sus trazos, ora queda montado en maquinario engranaje de piezas que dependen unas de otras.

Y que Rotaeche se dedique también a la poesía no es para nada baladí en su expresión artística; las masas de color dialogan y se expresan como rimadas y consecuentes, en lógicas proporciones, con su ritmo y su fluir por el espacio, con su lírica cadencia, casi música. Y así, recreando un universo de bases pitagóricas, desde una belleza opaca, chocante, críptica y más intelectual que emocional, el pintor, como el poeta, como el músico, compone.

Ángel Manuel Navarro Rotaeche
Galería Catarsis
Del 17 de noviembre al 5 de diciembre de 2006

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