IBARROLA: COLOREADO MUNDO
Cuando alguien se pregunta por el sentido de la pintura, las respuestas pueden ser múltiples y contradictorias; las de Ibarrola, en cambio, parecen manifiestarse en ideas claras, precisas, depuradas.
Hay en el hacer de Agustín Ibarrola (Bilbao, 1930) un constante gusto por el color, por la bidimensionalidad de su arte, por lo decorativo, por lo libre.
Como se ve en los 17 lienzos y la escultura expuestos en la galería Fernando Latorre, y como su trayectoria general marca, el gran protagonista en su obra es el cromatismo. El desinhibido empleo del color va de las gamas básicas, vivas, hacia tonos más apagados. Puede llegar también a franjas oscuras, incluso negras, que separan diferentes calidades o campos tonales, lisos o buscando sus texturas, su expresión, otro idioma. Hay tanto figura nítida como diluida mancha, solidez frente a lo vaporoso, opaca dureza o etéreo y abierto paso para la vista más allá.
No traspasa, sin embargo, lo bidimensional. Hasta trabajando sobre formas en táctil y geométrico relieve, sea, por ejemplo, sobre sus célebres cubos (los Cubos de la Memoria en Llanes), pierde toda racionalidad, toda profunda perspectiva para ver mera pintura. Buscando lo que buscaba el cubismo, alcanza un anticubismo.
Y su estilo es, sin ninguna duda, decorativo; quiere decir, pero sobre todo ambienta. En este sentido, se podría calificar, por definirlo de algún modo, de algún otro modo, de “abstracción fauvista” o “fauvismo abstracto”. No queda carente de una ingenuidad infantil, parecida a la que embarga por primera vez a un niño que se enfrenta con materiales aleatorios a una superficie en la que poder crear.
Libre, variado y sin límites, bien puede reflejarse la obra del bilbaíno en algunas influencias de la pintura atmosférica de Rothko, de algo más gestual de sus colegas informalistas o de manifestaciones callejeras incluso (los graffiti no parecen del todo ajenos a algunos de sus trabajos), a pesar de todo lo cual, no se pierde una cierta simetría, un equilibrio que pretenda la analogía con la naturaleza.
Y no en vano, ante sus cuadros también cabe la pregunta de si se sale del mundo o si se entra en él; Ibarrola se transforma, así, en un demiurgo de entornos.
Ibarrola
Galería Fernando Latorre
Del 7 de septiembre al 14 de octubre de 2006
Hay en el hacer de Agustín Ibarrola (Bilbao, 1930) un constante gusto por el color, por la bidimensionalidad de su arte, por lo decorativo, por lo libre.
Como se ve en los 17 lienzos y la escultura expuestos en la galería Fernando Latorre, y como su trayectoria general marca, el gran protagonista en su obra es el cromatismo. El desinhibido empleo del color va de las gamas básicas, vivas, hacia tonos más apagados. Puede llegar también a franjas oscuras, incluso negras, que separan diferentes calidades o campos tonales, lisos o buscando sus texturas, su expresión, otro idioma. Hay tanto figura nítida como diluida mancha, solidez frente a lo vaporoso, opaca dureza o etéreo y abierto paso para la vista más allá.
No traspasa, sin embargo, lo bidimensional. Hasta trabajando sobre formas en táctil y geométrico relieve, sea, por ejemplo, sobre sus célebres cubos (los Cubos de la Memoria en Llanes), pierde toda racionalidad, toda profunda perspectiva para ver mera pintura. Buscando lo que buscaba el cubismo, alcanza un anticubismo.
Y su estilo es, sin ninguna duda, decorativo; quiere decir, pero sobre todo ambienta. En este sentido, se podría calificar, por definirlo de algún modo, de algún otro modo, de “abstracción fauvista” o “fauvismo abstracto”. No queda carente de una ingenuidad infantil, parecida a la que embarga por primera vez a un niño que se enfrenta con materiales aleatorios a una superficie en la que poder crear.
Libre, variado y sin límites, bien puede reflejarse la obra del bilbaíno en algunas influencias de la pintura atmosférica de Rothko, de algo más gestual de sus colegas informalistas o de manifestaciones callejeras incluso (los graffiti no parecen del todo ajenos a algunos de sus trabajos), a pesar de todo lo cual, no se pierde una cierta simetría, un equilibrio que pretenda la analogía con la naturaleza.
Y no en vano, ante sus cuadros también cabe la pregunta de si se sale del mundo o si se entra en él; Ibarrola se transforma, así, en un demiurgo de entornos.
Ibarrola
Galería Fernando Latorre
Del 7 de septiembre al 14 de octubre de 2006
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