20.9.06

ÓSCAR DOMÍNGUEZ: DESCUBRIENDO DEL AZAR FORMAS VIVIENTES

Ante las calcomanías o decalcomanías de Óscar Domínguez (Tenerife, 1906 – París, 1957), no puede ser más constante la sensación de fluidez, de reverberación, de hallazgo en cada uno de los artificios de la tinta sobre el papel de ese alquimista, de vida en resumen.


La técnica, ese raro invento de lo arbitrario, consistía, como André Breton y Paul Éluard definieron en su Dictionnaire abrégé du surréalisme, en lo que sigue: "Extended, mediante un pincel grueso, gouache negro más o menos diluido en distintos puntos de una hoja de papel satinado blanco, que recubriréis inmediatamente con otra igual, sobre la que ejerceréis una ligera presión. Levantadla deprisa (procedimiento descubierto por Óscar Domínguez)". El mismo creador del prodigio, de la génesis de los nuevos mundos, llegaría a dominarlo, a limitarlo, a darle forma precisa.

Fue una de sus aportaciones más interesantes y creativas al grupo de París, para gran sorpresa del propio Breton y de los demás correligionarios del movimiento, los cuales no dudaron en emplearla para algunas de sus obras.

Domínguez es ante la tinta como lo fue Buonarroti ante el mármol; jugando, apostando, batiéndose con el mismo azar, extrae el alma, alma con forma, conforme a lo que la inspiración quiere ver en cada mancha, algo de lo que un igual en grandilocuencia, Leonardo da Vinci, ya habría hablado buscando otros realismos, más allá del realismo en sí de hecho, sin querer salirse de su amada naturaleza.

El propio espectador, como vuelto a la infancia, puede unirse en el intento de captar entre los colores y las sombras que aún quedan, o en lo ya encontrado por el artista, el anhelo, el deseo, el miedo, el sentido que en su momento, en esas atmósferas, le embarga.

Si en cualquier obra de arte siempre se puede interpretar un componente lúdico, en la obra de Óscar Domínguez la invitación a ello es constante. Eternos descubrimiento y redescubrimiento, el testigo, redivivo en niño, halla transparencia, claridad, geometría, dudoso albedrío, enigma u oscuridad; se enfrente a las entrañas, los colores, los ambientes, las figuras, con un ánimo de redimirse y volar. Las texturas, desde la casi bidimensionalidad de un mapa hasta la apoteosis de la batalla cromática de la Composición surrealista, ya casi tridimensional o más, lo invaden todo, lo tergiversan hasta el sueño, hasta el mal sueño incluso.

Y cada dibujo, cada mancha metamorfoseada, respira y se alimenta de la mirada incauta, extrañada. Es fruto del caos más que de lo voluntario, y frente al extremo del action painting de Pollock, por ejemplo, lo suyo queda en un static painting, más buscado, más sereno, sin dejar por ello de indagar en lo eterno.

La cuidada muestra que presenta la galería Guillermo de Osma recoge bien esas características comunes a toda la obra del soñador tinerfeño.

No es, por tanto, baladí la relectura del trabajo de quien, creador universal, ha quedado algo olvidado y que, si bien será también recordado por su trágica existencia, por su trágico fin sobre todo, no debe ser menospreciado como figura dinámica, dinamizadora, de un movimiento tan necesario en su época, y que tan vigente permanece en la actualidad, como fue, y como lo es, le surrealisme, pues también Domínguez, no sólo Dalí, pudo considerarse tal en toda su dimensión.

Decalcomanías, Exposición homenaje en el centenario de Óscar Domínguez
Galería Guillermo de Osma
Del 14 de septiembre al 27 de octubre de 2006


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