21.9.06

LEIRO: LO ROTUNDO, LO HUMANO

En su vínculo con lo natural, se llega a la muestra de Francisco Leiro (Cambados, Pontevedra, 1957) como al claro de un bosque en cuanto se accede a la tan diáfana y blanca galería Marlborough, recorriéndola, rodeándose de ella (psicoanalizando cada obra, psicoanalizándose a uno mismo, pues todo tiene también algo mental, cada gesto, cada expresión, cada salida de tono, fuera de sí hasta en su íntima introversión cada uno de esos “muñecos”, hasta el más tímido que se aprecia), y como en un rito iniciático, siendo saludado por operarios temibles y tambaleantes, pasando por entre los totémicos, amenazantes, histriónicos sayones, hasta llegar, entre otras figurillas, al despertar quijotesco de mirada perdida, otra forma de cordura en uno de los pocos rostros humanos representados, el último de la muestra.

Con algunas piezas se podría decir de Leiro que es un bárbaro voluntarioso, un cíclope moderno en su afán monumental, en su fuerza, tallando ídolos antiguos pero desconocidos, tal vez irreconocibles, tremendos, tremebundos en su apego a la tierra, dejándose penetrar por la realidad entre las sinuosidades de la materia.

Figuras aisladas las mismas, responden bien a aquello que denominaban antaño sublime, y pese a la policromía de muchas de ellas, no quiere nunca desaparecer del todo la materia prima, una madera poco tocada, muchas veces cortada angulosa, brutal, esencial, rotunda, simulando piedra en su dureza, en su tosquedad de montañas como esculturas, y a veces pareciendo sus pies de barro.

Y por aisladas que estén, ante ellas más lo parece el espectador, que queda tan mortal ante las moles presentes y eclipsantes.

Otras veces, obras suyas también expuestas, cuando no llega a tales dimensiones o desproporciones, Leiro alcanza, en cambio, una mayor humanidad que, no por ello, deja de ver en cada figura un objeto caricaturesco, parte de una nueva Commedia dell’Arte que ya no acoge a Pierrot o a Arlequín, sino a otros actores o personajes, o locos, tan cotidianos, tan heroicos, como mitos de antaño, rivales de lo arcaico, sucesores o del todo renovadores en su renacimiento, ave Fénix, y rara avis, de una visión primitiva del mundo, desfigurada, contrahecha.

Sin la fragilidad de Giacometti, a punto de romperse cada hueso, o sin los putrefactos procesos de Bacon derritiendo o pudriendo carnes, la reflexión del trabajo de Leiro se distancia en la potencia, en la solidez, sin abandonar un tono grotesco que convierte lo cómico en tragicómico. En cualquier caso, y al igual que en los ejemplos mencionados, el desequilibrio se pretende inexorable; todo parece a punto de caer, de desmoronarse. Será el sino humano lo allí reflejado y al cabo deshumanizado...

Francisco Leiro, Compaña
Galería Marlborough
Del 13 de septiembre al 14 de octubre de 2006

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